martes, 25 de julio de 2017

Días 16 a 19: Croacia, cambio radical

La idea que teníamos los cinco en la cabeza era esa misma: en Budapest acababa el Interrail en sentido estricto. No sólo porque no íbamos a coger más trenes, sino porque muchos factores indicaban que los 4 días en Croacia íban a ser un viaje radicalmente diferente.

Para empezar, no íbamos a estar solos los cinco que partimos de Hendaya hace ya más de dos semanas. En Croacia nos esperaban 3 colegas de la cuadrilla que llevaban ya por la isla un par de noches. A parte de eso, íbamos a pasar 4 noches en el mismo sitio, lo que nos daba un estabilidad que no habíamos tenido en todo el viaje. Y por último, en Croacia el plan no era madrugar para patear capitales ni hacer tours por la ciudad. Más bien todo lo contrario. Buscabamos sol, playa y fiesta. Todo ello hace que considerasemos la transición de Budapest a la isla de Pag como un punto y aparte.

Llegamos al apartamento pronto, demasiado pronto. Tan pronto que no estaba preparado para hacer el check-in, y tuvimos que refugiarnos en el de nuestros amigos. Estaban descansando de la fiesta anterior, así que sólo uno de ellos nos acompañó a enseñarnos la zona. Fuimos directos a la playa, y recuerdo el momento de meternos al agua como uno de los mejores del viaje. Simplemente lo necesitábamos. Sin mochilas, sin mapas, sin escuchar a ningún guía. Sólo sol y playa.

De esa media hora también tengo un recuerdo que me pareció curioso. Estábamos en la playa 4 de los que hacíamos Interrail y Asier, que llevaba dos días en Croacia. Como es lógico, nos preguntaba muchas cosas acerca del viaje, y daba la sensación que nosotros no queríamos contar las aventuras vividas por Europa. Nos limitabamos a responder con pocas palabras, sin querer entrar en detalles. Al final acabó él hablando de cómo habían sido los dos días en la isla y contando anécdotas de fiesta. Parecía que era él el que llevaba 15 días de viaje. Parecía que nosotros no quisiesemos hablar de todo lo vivido, que nos daba pereza. También es verdad que en ese momento estábamos cansados del viaje, más adelante ya les fuimos poniendo al día de nuestras aventuras. La situación me llamó la atención. A la pregunta de si se nos veía muy cansados y más delgados, Asier no dudó en responder que 'sí, bastante'. Qué esperábamos...

Por lo demás, poco hay para contar de los 4 días en Croacia. Simplemente encontramos lo que buscábamos. Si alguna vez habeís estado en Benidorm, Salou o similares, podeís imaginaros cómo fueron esas noches. Y también esas mañanas. La diferencia es que en la isla de Pag las discotecas tienen mucho más nivel, en vez de españoles hay italianos, y las playas son de piedra. Ah, y la fiesta acaba antes. Poca cosa se puede escribir en un blog sobre eso.

Aun así, no quiero acabar este post sin hacer una referencia a las fiestas que se montan durante el día en esta isla. Son sencillamente brutales, muy por encima del ambiente nocturno. Lo que pasa es que nosotros, fiel a nuestra idea de no adaptarnos al horario europeo, salíamos del apartamento por la noche a las dos de la mañana, y llegábamos pasadas las seis. Y luego no estábamos para volver de fiesta al mediodía.

Dos días antes de marchar hicimos el esfuerzo de volver antes por la noche e ir a la zona de las discotecas el mediodía siguiente. Y qué bien que lo hicimos. Cuando llegamos vimos que las discotecas tenían zonas con piscinas que abrían durante el día, incluso algunas tenían habilitados lugares para saltar al mar. Recuerdo mirar alrededor y pensar en toda la gente que estaba ahí de fiesta con nosotros. Cada uno de un lugar diferente de europa. Por momentos, todos ahí reunidos disfrutando del verano y de las vacaciones juntos. Durante el día el buen rollo se hacia notar. No pudimos resistirnos a volver la tarde siguiente, ya con las maletas preparadas en el apartamento, a despedirnos de la fiesta croata. Últimas canciones y de vuelta al bus. Tampoco queríamos perdernos el último atardecer en Novalja.

lunes, 24 de julio de 2017

Días 14 y 15: Recuperando fuerzas en Budapest

A medida que va suavizando la resaca, nos van entrando ganas de salir a conocer Budapest y cambiar esa mala imagen que nos dio el camino de la estación al hostal. Y qué mejor que conocerlo desde lo alto. A media tarde salimos de casa hacia la Ciutadella, una especia de fortaleza en lo alto de una colina desde donde nos han prometido que las vistas son espectaculares. Está a la orilla del rio, por lo que no tardamos en llegar. Cuando llegamos arriba está comenzando a atardecer, y nos quedamos un buen rato disfrutando de las vistas y de las nubes rojas que tiñen la capital húngara. Hay mucho turista y mucho fotógrafo en la cima. No me gusta sacar la cámara cuando hay tanta gente sacando la misma foto, por lo que decido no tirar fotos a ese atardecer. Puede que también sea porque estaba cansado.

Cenamos el mejor y más barato kebab que he probado nunca, y vamos a dar un paseo por el Danubio. Hay que decir que en Budapest la comida es muy barata, lo cual es una alivio para nosotros y para nuestras carteras, que a estas alturas de viaje no están para sustos. El paseo por el río nos deja un momento curioso. Queríamos sacarnos una foto de grupo a la orilla del rio, así que apoyé mi cámara en un muro con el temporizador activado. Mientras sonaba el pitido de espera, un joven de origen chino se quedó mirando la cámara de cerca. También nos miraba a nosotros de vez en cuando. Se mantuvo así unos cuantos segundos, hasta que cogí la cámara de nuevo. Entonces vimos que desde un lateral su madre nos estaba sacando fotos a los cinco. Todos pensabamos que el chaval ese quería robar la cámara, pero resulta que su madre estaba fotografiándonos. Después ella nos sacó fotos con mi cámara. Luego con el hijo. Y otra más con su movil. Por último un selfie con el móvil del hijo. Y así estuvimos durante unos minutos. Incrédulos. Otra situación surrealista más para apuntar.

Continuamos el paseo hasta ver el Parlamento desde la otra orilla. Dicen que es una de las vistas más bonitas de Budapest. El Parlamento a la noche está completamente iluminado y se refleja sobre el Danubio. Es ese mismo Parlamento desde donde se decide que hay que cerrar las puertas a los refugiados. Pero bueno, esa no es la cuestión de esta entrada, y viniendo del país del que venimos, tampoco estamos para dar lecciones.

La mañana siguiente Villa y yo damos un paseo hasta la sede del mundial de natación de Budapest, que se inauguró días antes de nuestra llegada. Me hubiese encantado ver algún evento de natación, waterpolo o saltos, pero llegamos al mediodía y la competición había parado para comer. Como eran las rondas preliminares, la entrada apenas costaba 5 euros. Esta vez la suerte no estuvo de cara.

A la tarde vino uno de los mejores momentos del viaje. Budapest es famoso por sus baños termales, así que no podíamos irnos sin entrar a unos. Nos decantamos por los baños Rudas, por la cercanía al hostal. Las dos horas que pasamos dentro nos sirvieron para recuperar fuerzas y descansar las piernas después de los casi 300 kilómetros que llevamos encima. Lo único malo es que el día que decidimos ir a los baños, estaban abiertos únicamente para hombres, y vimos alguna que otra imagen desagradable que mejor no os detallo en profundidad. Pese a todo, si vais a Budapest, no dejeís de ir a unos baños termales. La ciudad en general no nos ha sorprendido. Sabíamos que no tenía mucho para ver, ni siquiera hemos hecho el free tour que solemos reservar en cada destino, aun así, el aspecto que tiene no está a la altura de una capital europea. Es el país más pobre que hemos visitado, y lo teníamos en mente como un fin de semana de mera transición hacia Croacia.

Salimos de los baños Rudas revitalizados y con las piernas como nuevas. Volvemos al hostal a coger las mochilas y ponemos rumbo a la estación de trenes. Último kebab en Budapest y cogemos el autobus hacia Croacia. No espera una larga noche de viaje.

Día 13: En Hungría saben montar fiestas

Publico esta entrada tarde, pero tiene una explicación. Quería terminar de escribirla traquilo, relajado y sobre todo sin estar de resaca. Entre Budapest, Croacia y fiestas de Barakaldo, esa situación no se da desde hace casi una semana. Retomo lo que tenía escrito sobre el primer día en la capital húngara.

Nos bajamos del último tren que cogeremos en el Interrail. Pisamos Hungría. Al de pocos metros, ya nos damos cuenta que Budapest nada tiene que ver con las capitales europeas que hemos visitado antes. La estación está vieja, mal cuidada y algo sucia. Las casas próximas a la estación también. Las de más allá, peor. Y así hasta llegar al barrio de nuestro apartamento, que estaba bastante céntrico. En los primeros 30 minutos que pasamos andando por Budapest nos llevamos una impresión pobre de la ciudad. Quitando en las 4 calles céntricas donde están todas las tiendas, oficinas y hoteles, los edificios están completamente descuidados y las fachadas están sucias. Puede que haya quien le encuentre su encanto al paisaje, pero a mí personalmente me parece que hay poco interés en cuidar la ciudad. O hay poco dinero o no se quiere gastar en eso.

El apartamento que teníamos reservado en Budapest era un bar. Sí, tal cual, un bar. Las habitaciones estaban en un pasillo desde el que se escuchaba perfectamente el sonido de la música y las conversaciones de la barra. Lo peor no es eso, lo peor es que el bar permanecía abierto hasta las 6 de la mañana, de forma ininterrumpida. Al menos eso es lo que yo había leído en TripAdvisor, porque no tuvimos la suerte (o la desgracia) de dormir en una de esas habitaciones contiguas a la tasca. No sé si sería porque el hostal estaba lleno o porque no tenían habitaciones de 6 allí, pero la recepcionista nos dio las llaves de un apartamento a 5 minutos del hostal. Llegamos y nos encontramos con un piso con cocina y salón en una de las calles más céntricas de Budapest. Y por 12€ la noche, de lo más barato del viaje. Pues nada, a celebrarlo.

Por si el detalle del piso fuera poco, teníamos un supermercado pegado al portal. Nada más llegar, bajamos a comprar algo de comida y bebida para cenar y conocer la fiesta húngara. Como no podía ser de otra manera, bebemos el vino más barato que encontramos. Llevamos todo el viaje pagando más de 3€ por vino que no le llega a la suela del zapato al Don Simón. Pero no tendría sentido estar intentando ahorrar con la comida y gastar el dinero en alcohol. Al igual que las 3 anteriores veces que habíamos salido (Amsterdam, Berlin y Praga), nos prometemos que iremos a la discoteca pronto, para adaptarnos al horario local. Y al igual que en las 3 ciudades que he mencionado, no lo acabamos haciendo. Salimos a las 2 del piso, no sin antes coger un par de cervezas para llevar por el camino mientras cantamos todo nuestro repertorio de cánticos de borrachera. Qué mas da, si nadie nos entiende. Nos dirigimos a la discoteca más cercana que encontramos en Google y entramos.

Es grande, tiene un par de salas y parece que la fiesta promete. Ah, se me ha olvidado mencionarlo, es sábado. Dentro hay poco húngaro y mucho turista. Y las chicas son altas, muy altas. Ah, y la cerveza es barata. Y como casi siempre, al poco tiempo de llegar nosotros, los centroeuropeos hacen una desbandada importante y nos quedamos sólo los fiesteros de verdad. De esta manera aguantamos hasta que empezamos a notar el cansancio del madrugón y del viaje en tren. Al fin y al cabo, hemos despertado a las 8 de la mañana en Austria para ver un palacio.

La mañana siguiente, bueno, qué cojones, no hay mañana siguiente. Me despierto a las 3 y media de la tarde del domingo, sintiendo que había dormido incluso poco. Alguno se tirará de los pelos pensando que estás en Hungría y pierdes una mañana durmiendo. Que se siga tirando, no me preocupa. Hay que conocer el cuerpo de uno mismo, a veces tienes que darle el descanso que pide, si no quieres sufrir durante el día y medio que te queda en Budapest. Total, que la resaca ya está aquí. Pero teniendo un piso para nosotros y estando a dos días de Croacia, no se lleva ni tan mal. Conocer la fiesta húngara ha merecido la pena.

martes, 18 de julio de 2017

Días 12 y 13: Viena tiene un color especial

Despertamos después de la resaca musical del día anterior pensando que Viena ya nos había dado todo lo que tenía para nosotros, pero todavía tenía mucho que ofrecer.

Habíamos reservado un free tour por la ciudad a las 10 de la mañana, tal y como hemos venido haciendo por todas las ciudades que hemos visitado. Recomiendan estar un cuarto de hora antes de la hora de comienzo del tour. En Bruselas, la primera ciudad, así lo hicimos, estabamos a la hora exacta debajo del paraguas rojo del guía. Desde entonces, cada ciudad hemos ido llegando más tarde (y también hemos ido pagando menos al guía que en la ciudad anterior, pero eso es otro asunto). En Viena ya la impuntualidad se nos fue de las manos, y perdimos el tour. Nos unimos como pudimos a uno en inglés, que estuvo mejor de lo esperado. Pero no os voy a mentir, cuando llevas 12 días escuchando la historia de un sin fin de monumentos, tu cerebro hace automáticamente una criba y sólo escuchas un par de datos que te resultan curiosos.

Antes de ir a comer nos acercamos a la Catedral de Viena en Stephansplatz. La Catedral tiene una torre de casi 80 metros desde donde el viajero con la cartera gorda puede disfrutar de las mejores vistas de la ciudad. Yo a estas alturas no tengo esa suerte, pero el echarle cara sigue siendo gratis. Me acerco con Unai al vendedor de tickets, y pregunto si dispone de descuento para estudiantes (sé que no). Entonces, le pregunto a ver hasta qué edad puedes pasar como niño pagando euro y medio, me dice que hasta los 14. Me agacho y hago un poco el teatrillo, el tío se rie y pregunta de dónde somos. "Spain... Atletico Madrid?" pregunta él. "No, no, Athletic Bilbao!" respondo. "I like that, come on, you go in". Y así es como en unos sencillos pasos te puedes colar en la torre de la Catedral y en la Ópera de Viena por euro y medio. Las vistas no tenían precio.

Por la tarde paseamos sin rumbo por la ciudad, disfrutando de cada edificio, de cada esquina. Viena parece una ciudad de cuento. No sé si sólo nos daremos cuenta los que nos gusta la fotografía, supongo que no, pero cada ciudad tiene una luz, cada ciudad tiene su luz. La de Bilbao es gris, fría, nostálgica. La de Barcelona es cálida, mediterránea. Viena también tenía una luz especial. Todos los edificios son de colores claros, la mayoría blancos y en tonos crema, las fachadas están bien cuidadas y siguen una coherencia independientemente del punto de la ciudad donde te encuentres. Todo eso hace que cuando cae el sol la ciudad coja un color único.

Lo de los palacios ya es otra historia. Tuvimos tiempo de ver por fuera el Palacio Real, junto con el parlamento austríaco, y el Schonbrunn, residencia de verano de los putos jefes de la zona durante medio milenio. Edificios inmensos, jardines botánicos, laberintos, piscinas, bosques... todo ello cabe dentro de la casa de verano de estos tíos. Las dimensiones abruman. En la charca del Schonbrunn cabe 5 veces mi pueblo. Pero no os confundaís, sigo quedándome con el pueblo.

Viena me ha dado el subidón que necesitaba después de tanto cansancio y tantos kilómetros en las piernas. Ahora vamos a Budapest. Si pudiese decidir ahora, cogía el tren directo a Croacia sin pensármelo. Cuando planeas el viaje en enero no cuentas con todos los factores. El cansancio sólo se vive cuando estás dentro, antes del viaje no lo tienes en cuenta, y después lo olvidas rápido. Nos esperan casi tres horas de tren. Del último tren (a Croacia vamos en bus). Que no parezca que me da pena, porque estaría mintiendo. Budapest va a ser una ciudad de transición. Croacia está cerca, nuestros amigos ya están allí esperando.

Día 11: Viena nos recibe con una gran sorpresa

Antes de empezar con esta entrada quiero advertir que todo lo que escribo lo hago desde un punto de vista y desde la experiencia personal, y puede que coincida, o no, con la de mis compañeros de viaje. Aunque viajemos en grupo, los lugares que visitamos marcan a cada uno de manera distinta. Una vez dicho esto, Viena ha sido la hostia.

Venía algo cabizbajo de Praga, la ciudad no había cumplido las expectativas que traía desde casa y estaba algo cansado, se habían dado una serie de factores que no me ayudaron a disfrutar de la capital de Bohemia como me hubiese gustado. Sobre Viena no tenía muchas indicaciones, estaba abierto a lo que la ciudad quisiera ofrecer. Podía salir bien o mal.

Las buenas noticias no tardaron en llegar. Después de 4 horas en tren (que ya son como un par de paradas de metro para nosotros), llegamos a la estación central de Viena. El buen estado del hostal fue un soplo de aire fresco para los 5. No voy a decir que los anteriores fuesen antros, pero sí que había alguno que hubiese tenido problemas con los inspectores de sanidad. En las fotos de internet todos los hostales tienen buena pinta, de no ser así no hubiesemos reservado, pero Amsterdam y Berlin ya nos habían demostrado que hasta que no llegas a tu habitación, no sabes lo que te espera. El hostal de Viena era casi como un hotel, los empleados eran amables, teníamos una habitación espaciosa y limpia y muchas cosas más como cocina, billar y sala de juegos (cosas que obviamente no vamos a utilizar por falta de tiempo pero que se agradecen). Total, que no llevabamos ni una hora en Austria y ya parecía que el viento soplaba a favor.

Por segunda vez en el viaje, nos iba a tocar dormir en una habitación de 6 camas, lo que suponía que íbamos a tener un compañero en la habitación. Después de la experiencia en Berlín con el travesti cuarentón, nos esperabamos cualquier cosa. No os lo voy a negar, teníamos esperanzas de que no hubiese ningún viajero solitario y pudiesemos disfrutar de la habitación para nosotros, pero no fue así.

Cuando llegamos a la habitación una cama ya estaba ocupada. Aproveché un momento durante la tarde en el que estos 4 estaban comiendo para tener una primera toma de contacto con el compañero de habitación. Estando los dos solos se sentiría más cómodo que con los 5 en la habitación. James me contó que es americano, que trabajaba de camarero en San Francisco hasta que decidió dejar el curro para gastar todo lo ahorrado viajando durante 6 meses por el mundo. Durante ese tiempo se plantearía si seguir viviendo en los Estados Unidos o irse a México, donde vive parte de su familia. Hubo tiempo para que me contara que viajar sólo no es todo lo duro que parece, y también para que me confesara que sí que hay momentos en los que echa en falta tener compañía. La verdad que para ser una primera conversación dio para mucho. Me alegró tener en la habitación a un tío con tantas aventuras en la mochila.

Una vez terminada la comida me fui al centro mientras estos 4 echaban la siesta. Tenía ganas de ver la ciudad, no quería perder tiempo en la cama. Además, con el paso de los días cada vez necesito más tener ratos para mí mismo. Los 5 que estamos en este viaje tenemos mucho en común y no tenemos mayores dificultades para tomar las decisiones, pero son muchas horas juntos y a veces se hace agotador. Así que me fui de avanzadilla a ver Viena, sin ningún mapa, ni indicación, ni conocimiento de la ciudad. No tardé mucho en darme cuenta que esta ciudad me iba a gustar más que Praga. Al de una hora llegaron los demás, y comenzamos a patear Austria sin rumbo pero con ganas.

Y al atardecer, de pronto dimos con un edificio bastante grande y llamativamente bonito. Ese bicho tenía que ser algo importante. ¡Coño, la Ópera! Sin darnos cuenta habíamos llegado hasta la Ópera, el emblema de Viena. Nos acercamos a ver cómo era desde cerca. Pensamos en que al día siguiente debíamos volver a hacer un tour guiado, para ver el edificio por dentro. ¡Hostia, que la puerta está abierta, tira, tira!. Y vaya que si tiramos.

Entramos al hall, un espacio abierto en el que coincidían vendedores de entradas, acomodadores vestidos de época y espectadores, algunos con traje y otros algo menos preparados, y luego nosotros: un grupo de cinco chavales, uno en chanclas, otro con gorra, yo cámara en mano y mochila, os podeís imaginar la escena. Parecía que el desenlace de esa situación estaba escrito, pero sorprendentemente nadie vino a pedirnos entrada ni a acompañarnos a la salida. Así que decidimos subir unas escaleras que había en el lateral. Y subimos. Y subimos. Hasta que llegamos al reservado más caro de toda la Ópera. Primer piso, a escasos metros del director de orquesta. Nos asomamos y vemos que el escenario está montado, parece que van a tocar. Entonces un chino con pinta de manejar billetes aparece en el pequeño palco donde nos habíamos colado. En su palco. Seguimos subiendo escaleras y nos quedamos en el cuarto piso, bastante más lejos del escenario que desde el palco del chino. Buscamos varios asientos libres y nos sentamos. Alguno de nosotros sale del edificio por miedo a que nos hagan pagar la entrada. Los 3 restantes nos quedamos. De ahí no nos mueve nadie. Director, música.

Una hora de música clásica después, salimos de uno de los entornos musicales más reconocidos del mundo, la Ópera de Viena. Sí, esa misma en la que nos hemos colado. La verdad que no está mal para ser la primera ópera que he visto en mi vida. Y es que el Interrail es así, a veces te quita y a veces te da. En definitiva, noche mágica por Viena, de esas que no se olvidan. Ese tal Mozart debía ser un genio.

jueves, 13 de julio de 2017

Días 9 y 10: Praga no cumple las expectativas

Me habían puesto Praga por las nubes, llegaba con unas expectativas altas que eran difíciles de cumplir. Y no se si será por cansancio, por poco tiempo, o porque simplemente la ciudad no es como me la habían vendido, pero me ha decepcionado. Que nadie se lleve las manos a la cabeza, Praga es una ciudad muy bonita, de las capitales más viejas y con más historia de Europa, pero no le he encontrado el encanto y el aura especial que otras ciudades sí que tienen.

Como en otras tantas, hemos conocido la ciudad con un free tour, aunque yo ya me la había preparado antes de llegar. El caso viejo es bonito, el reloj astronómico, espectacular. Tuvimos la suerte de coincidir con un festival de Jazz en la plaza vieja. La verdad que no escuchamos ni a dos bandas, pero los puestos de comida que se instalaron con motivo del festival nos arreglaron la noche. Por nuestra cuenta, subimos al castillo un par de veces a ver la vista panorámica de la ciudad. Más allá de eso, no tengo mucho que contar de la visita.

Ayer a la noche salí a correr al atardecer, tenía ganas de subir a una torre que hay en una colina cerca del castillo. También tenía ganas de ver Praga de noche. Y de hacer deporte. Y de pasar un rato solo. Me pilló la lluvia, asi que pude librarme de bastantes turistas en el camino a casa. Una vez cenados y duchados, sacamos las botellas de rioja que milagrosamente habíamos encontrado en la ciudad de la cerveza, y pusimos rumbo a Karlovy, la discoteca más grande del centro de Europa.

Al igual que la ciudad en general, defraudó un poco. De camino al club ya nos habían avisado unas chavalas que en Karlovy íbamos a encontrar gente muy pequeña, que fuesemos a otra. Era tarde pars buscar nuevos sitios. Dentro la mayoría de gente eran turistas, eso era de esperar, pero lo que no te esperas es que media discoteca sea de Madrid. Y es que además se les cata muy fácil. Y para un grupo euskaldun que encontramos, resulta que son unos neguriticos con el jersey al cuello, casi peores que los de Madrid. Pero bueno, dentro la cerveza era barata, así que casi estuvimos a un par de birras más de hacerlos amigos suyos.

Ahora llegamos a Viena, no tengo muchas indicaciones acerca de la capital austríaca, casi que mejor. Voy a dejar que me sorprenda, sea para bien o para mal. Amsterdam y Berlin habían puesto el listón tan algo que en algún momento había que bajarlo. De todas formas, creo que Praga tiene mucho más que ofrecer, sólo que ha faltado tiempo. Prometo volver.

Lo que no se cuenta del Interrail

Os voy a contar lo que no os cuentan del Interrail. Lo que no veis en las redes sociales. Lo que se esconde detrás de las fotos en los monumentos más emblemáticos de Europa. Del Interrail se dice que es el viaje de nuestra vida, no voy a negarlo, hasta ahora lo es. También se dice que hay que hacerlo joven, que no lo dejes pasar. También estoy de acuerdo, lo que no se cuenta es el por qué.

Visitar 6 capitales y 8 paises en 3 semanas es increíble. También es increíblemente agotador. No tardas mucho tiempo en darte cuenta de eso. Pasas dos noches en cada ciudad, quieres verlo todo, quieres salir de fiesta, quieres disfrutarlo como quien va a esa ciudad a pasar un fin de semana. Y eso no se puede, no tienes ni las fuerzas ni el dinero. Llevamos una media de 25km andados por día, así que cuando llegas a una ciudad tus piernas llevan ya mucho por detrás. Tampoco quiero parecer negativo, quiero parecer realista, el cansancio no es problema si sabes gestionarlo bien. No hay más que aceptar que si madrugas para ver una ciudad, luego vas a necesitar pasar media tarde descansando en el hostal. Si no lo aceptas y te niegas a descansar, no vas a disfrutar. Es así de simple. También tienes que saber qué ver y qué no. El tiempo es oro, y no puedes ir a todos los museos de Berlin si vas a pasar 3 días.

Otro punto importante es el dinero. De los 5 que estamos ninguno hemos trabajado durante este año. Estudiamos y hemos ahorrado de donde hemos podido. A medida que pasan las ciudades la cartera está más delgada, y eso limita bastante. No me refiero a comer bocadillos en vez de ir de restaurante, eso lo doy por supuesto, quien se piense que de Interrail cenas filete con patatas mejor que no siga leyendo. Me refiero a que si el museo de Van Gogh te cuesta casi 20€, igual mejor dejarlo para la próxima y coger el desayuno para Berlin. Como he dicho antes, es saber gestionarlo, se aprende rápido, no te queda otra.

Hay quien todo esto le parecerá lógico, hay quien leyendo estas líneas se estará dando cuenta que lo suyo es más ir a la playa de Salou a cenar ese buen filete que nosotros no catamos. Y bien es cierto que entre el dinero que cuesta el viaje, el dinero que no tienes en la cartera y el cansancio, muchas veces piensas que tú también estarías mejor en la playa de Salou. A mi en esos momentos me gusta mirar la cámara y el mapa, ver lo que estamos haciendo, todo lo que estamos viendo con los 20 años pelados que tenemos. Intento separarme un poco de la realidad y mirar de lejos, con más perspectiva, esforzándome por ser consciente del viaje que estamos haciendo. Cuando estas dentro, muchas veces esa perspectiva la pierdes.

Llegamos a Viena, no podía dormir en el tren y quería contaros lo que no se dice cuando te enseñan las fotos del viaje. Como por ejemplo que ayer salimos de fiesta y hemos dormido 4 horas. Como que estamos de resaca en un tren que no nos está ayudando mucho. Ponte ahora tú a ver los palacios de Viena. Que siga el tren que yo me bajo en Salou.

P.D.: En realidad tengo unas ganas de la hostia de ver Viena, creo que me va a encantar. También tengo unas ganas de la hostia de echarme una siesta. Primero lo segundo. Hay tiempo para todo.

2 P.D.: Salou también me gusta, no os vayaís a pensar que tengo nada en contra.

martes, 11 de julio de 2017

Días 7 y 8: Berlin deja el listón alto

En la entrada anterior me quedé en la fiesta como remedio al rompecabezas que fue llegar a Berlin. Bien, pues todos los males se olvidaron esa noche. Si salir de fiesta por una capital europea ya es un puntazo, hacerlo en la Matrix en Berlin es un nivel más. Y si puedes presentarte a las 5 de la mañana en el gran muro para sacarte las fotos más ridículas del viaje, todavía mejor.

La tarde del domingo vimos lo que nos quedaba de visitar, que tampoco era mucho, ya que los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial dejaron la ciudad en escombros. Además, los monumentos emblemáticos están cerca los unos de los otros. A simple vista Berlin es fea, no tiene edificios antiguos, no tiene palacios, no tiene casco viejo y lleva en obras desde el final de la guerra. Pero si consigues adentrarte en la ciudad, comprenderla, tener una mirada retrospectiva, y sobre todo si te gusta la historia moderna, Berlin guarda secretos que en ninguna otra ciudad del mundo vas a encontrar.

Las paredes de la capital son un libro abierto que relata con viveza los 12 años más negros de la historia moderna, desde el 1933 al 1945, los años del nazismo. Por si fuera poco, también es protagonista de la Guerra Fría, y todavía se percibe en los ciudadanos la situación que se vivió durante 30 años en los que un muro dividía amigos y familias. Si tienes ganas de leer, Berlin es un libro abierto. Como no quiero que esta entrada se convierta en una clase de historia, voy a guardarme lo aprendido y disfrutado en estos dos días para mí, y prosigo con el otro detalle curioso de la estancia. Volveré pronto.

Nos hospedamos en el hostal de empleados peculiares que ya mencioné en la anterior entrada. Teníamos reservadas 5 camas en una habitación de 6, por lo que podían meter a otro viajero en nuestra habitación cualquiera de las noches. Las primeras dos estuvimos solos, la habitación era exclusivamente para nosotros y no molestabamos a nadie. La sopresa vino el tercer día, cuando depués de comer nos dirigimos al hostal a echar la siesta, y vemos que hay alguien en la cama que no habíamos ocupado. Avergonzada, baja de la cama y sale apresurada al baño. Era una mujer con genitales masculinos: alta, con tacones, mallas, vestido y más barba que nosotros 5. Intentamos no molestarla y ponemos la alarma a las 7. Hay que madrugar, nos vamos a Praga.

Día 6: Odisea a Berlín

La RAE define la palabra 'Odisea' como "un viaje de larga duración, lleno de aventuras adversas y favorables". Bien, el viaje en tren a Berlin es precisamente eso, salvo por que le falla el matiz de las aventuras favorables. No obstante, los contratiempos también son parte importante del viaje, y como tal, hay que vivirlos para experimentar la aventura completa.

Todo comenzó a las 8 de la tarde del viernes en Amsterdam, paradógicamente, después de la mejor tarde de lo que llevabamos de viaje. Nos habíamos juntado con un amigo que visitaba la ciudad, habíamos descubierto rincones con mucho encanto y yo había disfrutado de un atardecer único con la cámara. Es entonces cuando vamos a la estación a coger el tren que teníamos resevado, teníamos que hacer dos trasbordos para llegar a Berlin.

Llegamos con tiempo, compramos algo para la larga noche que nos espera en los vagones, y miramos las pantallas que indican qué andén corresponde a cada tren. Seguido de nuestro tren, sin embargo, no figuraba ningún número. 'Cancelled' se leía en letras rojas. Nos habían cancelado el tren para salir de Amsterdam. Eso implicaba no llegar al tren que teníamos que coger dos horas después a las afueras de Holanda, lo cual impedía también coger el último tren nocturno que nos llevaba a Berlin en un cómodo compartimento que habíamos reservado. ¿Qué hacemos?

Es viernes, y los trenes regionales funcionan toda la noche. Buscamos una posible form de empalmar trenes regionales hasta llegar a la capital germana. Encontramos la forma. Vamos a tener que coger 6 trenes en una noche, estando un total de 2 horas esperando en estaciones por Holanda y Alemania. Para que os hagaís una idea, es como ir de Bilbo a A Coruña cogiendo trenes autonómicos. Como os podeís imaginar, dormimos poco y nos pasa de todo durante esa noche: carreras con las mochilas encima para llegar a trenes, estaciones vacías en las que tenemos que pasar un buen rato, borrachos que vienen de fiesta, borrachos que siguen de fiesta...

A las 9 llegamos a Berlin, y tras una caminata infernal hasta el hostal con mucho sueño y pocas fuerzas, nos dan la peor noticia que podíamos escuchar: el check-in es a la tarde. Nos tiramos en los sofas del bar que a su vez es recepción del hostal. Algunos dormimos algo, otros no pueden por las burlas de varios clientes y trabajadores del propio hostal. Jamás he visto una selección de gente tan extraña trabajando junta.

Si habeís llegado a este punto os podeís imaginar cómo es la primera impresión que nos llevamos de Alemania y de los alemanes. Llegados a esa situación sólo hay un remedio para tantas horas de odisea: salir de fiesta. Vamos a Matrix.

domingo, 9 de julio de 2017

Días 4 y 5: Amsterdam, bendito caos

La vida nocturna en Bruselas era tan pobre que no quisimos ni intentar salir, pero Amsterdam estaba llamado a ser otra historia. Llegamos al hostal a las 10, tenía muy mala pinta, nos recibió un chaval de nuestra edad entre una nube de humo y varios colegas, como si de una lonja se tratara. No sabíamos dónde nos habíamos metido. Pasada la 1 de la mañana salimos en busca de fiesta dos de los 5 que viajamos. Como podeís comprobar no terminamos de adaptarnos al horario europeo, y salimos de fiesta como si fuesemos a una discoteca en Salou. Y sin conocer ni una calle de la ciudad. Y llegando a la discoteca y pidiendo un kalimotxo. Casi no se ve que somos turistas. A las 4 cerraron hasta el último after, y de vuelta a casa disfrutamos (o sufrimos) el primer paseo de reconocimiento por los canales, de vuelta al hostal.

La mañana siguiente yo me llevo una gran desilusión. Amsterdam es un caos. Un puto caos. Te paras un momento a observar la plaza del palacio real, abarrotada de turistas, cuando... ¡Cuidado! una bici, ¡No te muevas! el tranvía. Te pitan los coches. Te empuja el de atrás para que cruces, que está en verde. No entiendes para quién es el semáforo. ¡Cuidado!  otras dos bicis... Ninguno comprendemos cómo se puede vivir en una ciudad así. Poco a poco lo iríamos descubriendo.

Exploramos lo más significativo de la ciudad, damos un paseo por el barrio rojo, tomamos una cerveza holandesa, otro paseo por los canales... pero seguimos sin comprender cómo hacen para convivir coches, tranvía, bicis y peatones en calles más estrechas que Pozas. Entonces es cuando tomamos una decisión que cambia nuestra visita a Holanda y nuestra visión del caos. No, no es entrar a un coffe shop, que también. A alguien se le ocurre alquilar unas bicis para movernos durante día que nos queda, y así lo hacemos. Ahora empezamos a comprenderlo todo. En bici te respetan, las señales son más claras, y tienes preferencia sobre cualquier otro medio transporte. Bendito caos, Amsterdam cambia de color.

La noche del jueves hay tormenta, y vamos pronto al apartamento a cenar y a pasar la noche tranquilos, en el ambiente del hostal y de la ciudad. Amigo lector, esa noche se queda entre nosotros.

El viernes paseamos sin un rumbo fijo por la ciudad, disfrutando. Y como suele pasar cuando haces eso, nos llevamos nuestro premio. Encontramos un barrio que en nada se parece a lo que habíamos visto en día y medio. Es el barrio de Jordaan, lleno de pequeños canales y rincones con mucho encanto, la verdadera esencia de la capital se guarda en esas callejuelas estrechas y esos puentes pintorescos. Además, está libre del ajetreo que domina los canales en la zona del barrio rojo.

Antes de coger el tren a Alemania, aprovecho la luz naranja del atardecer para sacar fotos a un inmenso parking de bicicletas a la orilla del rio. La vena artística también me da para reflexionar. Me doy cuenta de que estoy disfrutando de la ciudad. Amsterdam me está enganchando y no dejo de ver detalles que muestran lo especial de ella. Y me doy cuenta porque estoy sacando muchas fotos, y los días anteriores no lo había hecho. Bruselas tenía sus monumentos importantes, Gante también, pero no me inspiraban, no me decían nada, y no tenía ganas de sacar fotos. Las pocas que hacía eran malas, y se veía que la ciudad no me estaba pareciendo interesante. En cambio, el jueves en Amsterdam no dejé de capturar, como queriéndome llevar un pedazo de aquel lugar que en dos días había pasado de parecerme un desorden absoluto a ganarme por completo. Es una pena no poder ponerlas aquí. Si seguis leyendo este blog, pronto podreís verlas.

Por último, sólo quiero pediros que si vais a Amsterdam, alquileís una bicicleta, no vayaís en contra de la ciudad. Toca noche movidita en el tren, mañana Berlin.

Días 2 y 3: Bélgica, esperábamos más

Llegamos a Bruselas de noche, y conscientes de que los horarios en Bélgica son muy contrarios a lo que estamos acostumbrados. Aun así, impulsados por el hecho de ser la primera noche de viaje, que siempre es especial, y dejando atrás el cansacio de cruzar Francia en tren, decidimos salir a pasear sin rumbo ni plan por la capital belga. Bruselas de día deja mucho que desear, pero de noche los pocos rincones con encanto que tiene se vuelven mágicos. Sin estar buscandolo, llegamos a la Grand Place a medianoche, y podríamos habernos quedado ahí lo que restaba de ella. Soberbia.

El martes visitamos Gante, el plan era ir hasta Brujas pero varias recomendaciones de amigos nos aconsejaron la primera opción por ser menos turística e igual de histórica. Un vistazo rápido al casco antiguo te da para hacerte a la idea de cómo son los paisajes en Flandes. Más allá del casco viejo, abarrotado por turistas, y de un par de campas idóneas para echar una buena siesta entre tanto museo, la ciudad tenía poco que ofrecer.

La misma sensación nos quedó tras terminar nuestra visita a Bélgica con un free tour por Bruselas el miércoles. Es cierto que en los últimos años ha ido ganando importancia en el mapa y en los telediarios, pero como capital europea es de las más pobres histórcamente, un quiero y no puedo del que el turista se da cuenta rápido. El barrio europeo tiene poca conexión con las 4 calles que forman el casco antiguo, y la multiculturalidad es el tono dominante en la ciudad. El barrio donde nos hospedamos era musulman, no se veía ni una sola mujer en grandes terrazas con decenas de hombres pasando la tarde. El choque cultural es una constante.

Más allá de lo meramente turístico, este viaje ya nos ha dejado claro que si queremos calma teníamos que haber cogido toalla y bañador y tirar para el Mediterraneo. Los problemas se suceden, hay que tomar decisiones en todo momento, por pequeñas que sean, y decidir implica descartar otras opciones. Esto a su vez va creando tensión en el grupo. La tensión y el cansancio no se llevan bien, y no os quiero contar lo que pasa si además hay hambre. De momento lo llevamos bien, llevamos 3 días de viaje y la euforia de estar haciendo lo que tanto nos ha costado organizar es una fuerza extra. Además tenemos dinero y um buen armamento de embutido de casa, no estamos para quejarnos. Seguimos disfrutando y aprendiendo, lo que te enseña este viaje no viene en los libros. Holanda, danos más que Bélgica.

Día 1: ¿Sólo llevamos un día?

Sí, hoy hemos salido desde Barakaldo hasta llegar al final de la tarde a Bruselas. No, no llevamos un día de viaje. El viaje comenzó mucho antes de darnos cuenta.

No fue cuando comenzamos a preparar la maleta, cuando nos reunimos a una semana de la fecha de salida ni siquiera cuando hicmos las primeras reservas allá por octubre. El viaje comenzó, por lo menos, el día que a los 4 colgados que están roncando en esta pequeña habitación de Bruselas mientras yo escribo estas líneas, y a mi, se nos pasó por la cabeza la idea de cruzar Europa en tren. Cuando algo así se te pasa por la cabeza no queda lugar para otro plan. Tienes dos opciones: hacer el Interrail o hacer otro viaje pensando en que deberías estar haciendo el Interrail. Esa decisión la tomamos bien. Habrá sido de las pocas.

En ese momento comenzó un largo proceso de selección de fechas, destinos y alojamientos que nos ha llevado hasta Hendaia el 3 de julio de 2017. La noche previa ha sido de locos. De los aproximadamente 15 trenes que cogeremos durante el viaje teníamos reservados los mismo que tú, que estás leyendo esto. Así que nos plantamos el domingo a la 1 de la mañana sin reserva (obligatoria) ni siquiera para salir de Hendaia pocas horas después. Habíamos tenido 3 meses para hacerlo. Empezamos fuerte. Que no se diga.

5 de la mañana, terminamos de imprimir las reservas para varios trenes tras una noche sin pegar ojo navegando páginas web de compañías ferroviarias extranjeras, cada una de su padre y de su madre.

7 de la mañana. Llegamos a Hendaia. Dos horas de espera y montamos. 9 de la mañana, montamos en el tren, se cierran las puertas, estamos todos y tenemos todo. Alivio.

5 horas a Paris, lo teníamos medido, salir de la estación de tren y cruzar Paris en hora y media para ir a una estación mayor y coger el tren a Lille, y de allí a Bruselas. Todo perfecto, hasta tenemos tiempo de pasear por el Louvre, vamos sobraos, llegamos a la estación de trenes.

Bien, a partir de aquí no sé como contar la próxima media hora. Mejor, no sé como hacerlo para que no pierdas el respeto que puedas tener por estos 5 viajeros. La historia no tiene desperdicio.

Llegamos a la estación con media hora para nuestro tren, buscamos el número, el andén y nos dirigimos al mismo. Esperamos a que llegue de Lille, entonces nos subimos, y hacemos tiempo hasta que dan las 16:46, hora de salida, y salimos. -¡Qué suerte, no hay nadie más en el vagón! celebramos, tumbandonos a nuestras anchas y sin preocuparnos por molestar a nadie más. Nos damos cuenta de que el tren va más lento de lo normal, casi parado, y al de unos minutos nos metemos en la zona de lavado de trenes. Extraño. La pasamos, y aceleramos, poco más que antes, pero las sensación ya no eran de tranquilidad, quedaban 40 minutos para hacer 200km a Lille, eso no podía ser bueno. Buscamos a más gente en otros  vagones, y se confirman las sospechas. Estamos solos en el tren, que obviamente no va a Lille. 5 minutos más, aparcamos en unas cocheras a las afueras de Paris, habíamos cogido el tren del andén 13, a Lille nos llevaba el del 14. "Bien, ya está" pienso, que todo saliera bien era casi más preocupante. El primer contratiempo es el que inaugura el Interrail, por tanto, ya estamos de viaje.

Volvemos a la estación, que estaba a 3km, y cogemos nuevas reservas para los mismos trenes. Esta vez intentamos no montarnos en los que van al túnel de lavado, tampoco en los que somos los únicos 5 pasajeros. Hemos llegado de noche a Bruselas, bastante es. Día de locos, pero disfrutando. Mañana Gante.

Blog. Interrail.

Hacer un Interrail parece una buena excusa para crear el blog que llevaba tiempo rondandome la cabeza. No sé si continuaré publicando después de hablar de este viaje. No sé siquiera si al final de esta semana seguiré publicando o me podrá el sueño del viajero que llega tarde al albergue. Sea como sea, intentaré escribir lo que vivamos y lo que sintamos de la forma más honesta posible, por mi, por los 5, y por quien quiera que esté detrás de la pantalla leyéndome.

Espero que este rincón de reflexión me sirva también para conseguir la pausa que en este tipo de viajes es difícil de encontrar. Entre tren y tren no tienes tiempo para pensar lo increible que es la gente del barrio holandés que has visitado o la magia que desprenden las casas del pueblo belga que viste días atrás. Todo pasa muy rápido. Coincido con José María de Pereda en que la experiencia no consiste en lo que se ha vivido sino en lo que se ha reflexionado. No sé si esto será un mero blog del viajero o un rincón de reflexión. O las dos. O ninguna. Tampoco sé a dónde me llevará esta pequeña aventura personal. Sea donde sea, eres bienvenido. Buen viaje.

Días 16 a 19: Croacia, cambio radical

La idea que teníamos los cinco en la cabeza era esa misma: en Budapest acababa el Interrail en sentido estricto. No sólo porque no íbamos a ...