martes, 18 de julio de 2017

Días 12 y 13: Viena tiene un color especial

Despertamos después de la resaca musical del día anterior pensando que Viena ya nos había dado todo lo que tenía para nosotros, pero todavía tenía mucho que ofrecer.

Habíamos reservado un free tour por la ciudad a las 10 de la mañana, tal y como hemos venido haciendo por todas las ciudades que hemos visitado. Recomiendan estar un cuarto de hora antes de la hora de comienzo del tour. En Bruselas, la primera ciudad, así lo hicimos, estabamos a la hora exacta debajo del paraguas rojo del guía. Desde entonces, cada ciudad hemos ido llegando más tarde (y también hemos ido pagando menos al guía que en la ciudad anterior, pero eso es otro asunto). En Viena ya la impuntualidad se nos fue de las manos, y perdimos el tour. Nos unimos como pudimos a uno en inglés, que estuvo mejor de lo esperado. Pero no os voy a mentir, cuando llevas 12 días escuchando la historia de un sin fin de monumentos, tu cerebro hace automáticamente una criba y sólo escuchas un par de datos que te resultan curiosos.

Antes de ir a comer nos acercamos a la Catedral de Viena en Stephansplatz. La Catedral tiene una torre de casi 80 metros desde donde el viajero con la cartera gorda puede disfrutar de las mejores vistas de la ciudad. Yo a estas alturas no tengo esa suerte, pero el echarle cara sigue siendo gratis. Me acerco con Unai al vendedor de tickets, y pregunto si dispone de descuento para estudiantes (sé que no). Entonces, le pregunto a ver hasta qué edad puedes pasar como niño pagando euro y medio, me dice que hasta los 14. Me agacho y hago un poco el teatrillo, el tío se rie y pregunta de dónde somos. "Spain... Atletico Madrid?" pregunta él. "No, no, Athletic Bilbao!" respondo. "I like that, come on, you go in". Y así es como en unos sencillos pasos te puedes colar en la torre de la Catedral y en la Ópera de Viena por euro y medio. Las vistas no tenían precio.

Por la tarde paseamos sin rumbo por la ciudad, disfrutando de cada edificio, de cada esquina. Viena parece una ciudad de cuento. No sé si sólo nos daremos cuenta los que nos gusta la fotografía, supongo que no, pero cada ciudad tiene una luz, cada ciudad tiene su luz. La de Bilbao es gris, fría, nostálgica. La de Barcelona es cálida, mediterránea. Viena también tenía una luz especial. Todos los edificios son de colores claros, la mayoría blancos y en tonos crema, las fachadas están bien cuidadas y siguen una coherencia independientemente del punto de la ciudad donde te encuentres. Todo eso hace que cuando cae el sol la ciudad coja un color único.

Lo de los palacios ya es otra historia. Tuvimos tiempo de ver por fuera el Palacio Real, junto con el parlamento austríaco, y el Schonbrunn, residencia de verano de los putos jefes de la zona durante medio milenio. Edificios inmensos, jardines botánicos, laberintos, piscinas, bosques... todo ello cabe dentro de la casa de verano de estos tíos. Las dimensiones abruman. En la charca del Schonbrunn cabe 5 veces mi pueblo. Pero no os confundaís, sigo quedándome con el pueblo.

Viena me ha dado el subidón que necesitaba después de tanto cansancio y tantos kilómetros en las piernas. Ahora vamos a Budapest. Si pudiese decidir ahora, cogía el tren directo a Croacia sin pensármelo. Cuando planeas el viaje en enero no cuentas con todos los factores. El cansancio sólo se vive cuando estás dentro, antes del viaje no lo tienes en cuenta, y después lo olvidas rápido. Nos esperan casi tres horas de tren. Del último tren (a Croacia vamos en bus). Que no parezca que me da pena, porque estaría mintiendo. Budapest va a ser una ciudad de transición. Croacia está cerca, nuestros amigos ya están allí esperando.

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