domingo, 9 de julio de 2017

Días 4 y 5: Amsterdam, bendito caos

La vida nocturna en Bruselas era tan pobre que no quisimos ni intentar salir, pero Amsterdam estaba llamado a ser otra historia. Llegamos al hostal a las 10, tenía muy mala pinta, nos recibió un chaval de nuestra edad entre una nube de humo y varios colegas, como si de una lonja se tratara. No sabíamos dónde nos habíamos metido. Pasada la 1 de la mañana salimos en busca de fiesta dos de los 5 que viajamos. Como podeís comprobar no terminamos de adaptarnos al horario europeo, y salimos de fiesta como si fuesemos a una discoteca en Salou. Y sin conocer ni una calle de la ciudad. Y llegando a la discoteca y pidiendo un kalimotxo. Casi no se ve que somos turistas. A las 4 cerraron hasta el último after, y de vuelta a casa disfrutamos (o sufrimos) el primer paseo de reconocimiento por los canales, de vuelta al hostal.

La mañana siguiente yo me llevo una gran desilusión. Amsterdam es un caos. Un puto caos. Te paras un momento a observar la plaza del palacio real, abarrotada de turistas, cuando... ¡Cuidado! una bici, ¡No te muevas! el tranvía. Te pitan los coches. Te empuja el de atrás para que cruces, que está en verde. No entiendes para quién es el semáforo. ¡Cuidado!  otras dos bicis... Ninguno comprendemos cómo se puede vivir en una ciudad así. Poco a poco lo iríamos descubriendo.

Exploramos lo más significativo de la ciudad, damos un paseo por el barrio rojo, tomamos una cerveza holandesa, otro paseo por los canales... pero seguimos sin comprender cómo hacen para convivir coches, tranvía, bicis y peatones en calles más estrechas que Pozas. Entonces es cuando tomamos una decisión que cambia nuestra visita a Holanda y nuestra visión del caos. No, no es entrar a un coffe shop, que también. A alguien se le ocurre alquilar unas bicis para movernos durante día que nos queda, y así lo hacemos. Ahora empezamos a comprenderlo todo. En bici te respetan, las señales son más claras, y tienes preferencia sobre cualquier otro medio transporte. Bendito caos, Amsterdam cambia de color.

La noche del jueves hay tormenta, y vamos pronto al apartamento a cenar y a pasar la noche tranquilos, en el ambiente del hostal y de la ciudad. Amigo lector, esa noche se queda entre nosotros.

El viernes paseamos sin un rumbo fijo por la ciudad, disfrutando. Y como suele pasar cuando haces eso, nos llevamos nuestro premio. Encontramos un barrio que en nada se parece a lo que habíamos visto en día y medio. Es el barrio de Jordaan, lleno de pequeños canales y rincones con mucho encanto, la verdadera esencia de la capital se guarda en esas callejuelas estrechas y esos puentes pintorescos. Además, está libre del ajetreo que domina los canales en la zona del barrio rojo.

Antes de coger el tren a Alemania, aprovecho la luz naranja del atardecer para sacar fotos a un inmenso parking de bicicletas a la orilla del rio. La vena artística también me da para reflexionar. Me doy cuenta de que estoy disfrutando de la ciudad. Amsterdam me está enganchando y no dejo de ver detalles que muestran lo especial de ella. Y me doy cuenta porque estoy sacando muchas fotos, y los días anteriores no lo había hecho. Bruselas tenía sus monumentos importantes, Gante también, pero no me inspiraban, no me decían nada, y no tenía ganas de sacar fotos. Las pocas que hacía eran malas, y se veía que la ciudad no me estaba pareciendo interesante. En cambio, el jueves en Amsterdam no dejé de capturar, como queriéndome llevar un pedazo de aquel lugar que en dos días había pasado de parecerme un desorden absoluto a ganarme por completo. Es una pena no poder ponerlas aquí. Si seguis leyendo este blog, pronto podreís verlas.

Por último, sólo quiero pediros que si vais a Amsterdam, alquileís una bicicleta, no vayaís en contra de la ciudad. Toca noche movidita en el tren, mañana Berlin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Días 16 a 19: Croacia, cambio radical

La idea que teníamos los cinco en la cabeza era esa misma: en Budapest acababa el Interrail en sentido estricto. No sólo porque no íbamos a ...